lunes, 2 de agosto de 2010

Profecía.

HOC SIGNO TVETVR PIVS.
HOC SIGNO VINCITVR INMICVS.
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Hace siglos que los Mayas gobernaron sobre las tierras de Mesoamérica, más concretamente hasta la llegada de las colonias extranjeras que, sin piedad alguna, arrasaron con todo aquello que se cruzase en su camino. Lo que desconocían era que la población Maya era poseedora de poderes que rozaban la perfección, también desconocían que el futuro ya había sido predicho y que, sin su ayuda, no podrían hacer nada para cambiarlo, pues ni tan siquiera se imaginaban que, siglos después, sus descendientes dependerían de lo predicho por los astrólogos más sabios que han existido.
Mas como sabios que eran, sabían que su final, al igual que el fin de los dinosaurios o de otras especies ya extintas, llegaría. Más tarde o más temprano, pero llegaría. Por ello, quisieron dejar algo para que las futuras generaciones conociesen su destino. Fue entonces cuando, en la nación de Itzá, decidieron, bajo consenso, que lo mejor sería dejar una profecía, la cual no sería para nada común, no debía representar signo alguno de magia, a pesar de que en ella se concentrase el poder de todo un pueblo. Debía ser un objeto que no llamase demasiado la atención, pero que, al mismo tiempo, tampoco pasase desapercibido a ojos de todos aquellos por los que necesitase pasar antes de llegar a su destinatario final. Tras varios días pensando que podrían utilizar, uno de los hombres que más poder tenía sobre la comunidad observó que una de las chicas más joven llevaba una pulsera en su mano derecha. Fue como si la luz divina le hubiese iluminado, por un momento, tan solo a él, duplicando así su intensidad. Lo primero que pensó fue que ese, y ningún otro, era el objeto que llevaban días buscando, y segundo, que al estar la pulsera en la mano derecha no era más que un símbolo positivo. Ese mismo día lo llevó y se lo comunicó al resto, entre todos tomaron la decisión de que, no solo la pulsera sería el objeto en el que la profecía tomaría forma, sino que, además, la joven portadora sería la encargada de entregársela a la siguiente generación, para ello tuvo que abandonar el lugar y, por ende, a su familia.
Viajó sola durante semanas, cruzó las frías tierras de lo que es hoy conocido como Canadá, y, con ayuda de múltiples hechizos, logró cruzar al continente vecino, en el cual residían los que, en un futuro próximo, acabarían con su linaje. Desde entonces vivió como una europea más. Adoptó sus costumbres, su religión y su idioma. Incluso contrajo matrimonio con un joven alemán, con quien años más tarde tuvo una hija.
En su lecho de muerte entregó la pulsera a su única descendiente y le pidió que, igual que ella había hecho, se la entregase a su primogénita y que esta lo hiciese de la misma forma con la suya. Y, así, sucesivamente hasta que llegase a manos de aquella que pudiese descifrar lo que contenía tan preciado objeto.

[…]

En su decimoquinto cumpleaños la joven Raika recibió dicha pulsera como regalo por parte de su abuela, quien no se la había entregado a su hija pues tan solo debían entregarla antes de su muerte y, la anciana gozaba de una salud excelente, acorde con el tiempo en el que vivían. A pesar de esto, se la entregó a su nieta porque tenía la certeza de que ella, y solo ella, era la elegida para revelar el secreto que sus antepasados habían guardado con tanto empeño.
Desde ese momento la rubia siempre la lleva consigo, hasta hace unas semanas. La pulsera desapareció días antes de que cumpliese los dieciséis, edad en la que la elegida ya debería estar preparada, tanto física como psicológicamente, para asimilar la información que se le ofrecía. Pero, al no llevar la pulsera con ella, en lugar de sueños que le descifrarían el gran secreto, tenía pesadillas, casi cada noche la misma, pero nunca lograba acordarse de ella cuando estaba despierta, solo cuando se encontraba bajo los brazos de Morfeo podía ver lo que se le mostraba, obviamente muy alejado de lo que realmente debería ver. Pero, mientras que por las noches su mente peleaba en batallas imposibles, por las mañanas su cuerpo estaba completamente cansado y su pulso acelerado, como si se hubiese pasado horas corriendo. La rubia, tratando de no preocupar a sus padres, no le ha contado esto a nadie, pues cree que, antes o después, se pasará y volverá a ser todo como siempre.

Pero, ¿qué esconden realmente estas pesadillas?

Los sueños deberían mostrarle la forma de cambiar lo que sucederá en un futuro, mientras que las pesadillas le muestran el dolor y el sufrimiento, en su propio cuerpo, que sentirán los hombres cuando el mundo toque su fin.

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