lunes, 2 de agosto de 2010

Cuando quiso darse cuenta de la hora que era, comprobó que hacía apenas unos segundos que el reloj que había en una de las paredes había dado las dos de la mañana. No tenía ni idea del tiempo que llevaba allí, pero fuese mucho o poco se le había pasado excesivamente rápido, algo que era de lo más habitual cuando estaba con Frederick, y esto era algo que la rubia odiaba realmente. Le frustraba demasiado que el tiempo corriese como el que más cuando lo que quería era que no pasase nunca, mientras que cuanto más deseaba que volase para, por ejemplo, terminar alguna clase, más inmóviles parecían ser las manecillas de los relojes. A pesar de esto, no encontraba el motivo por el cual sentía esto con el castaño, pues si bien le solía pasar en repetidas ocasiones a lo largo del día, no entendía porque las horas se pasaban tan rápido cuando estaba con él, y, mucho menos, porque quería que eso no sucediese. Respiró, resignada, sabiendo que no podría cambiar eso por más que quisiese.

La Ravenclaw apartó estos pensamientos de su mente, decidida a aprovechar el tiempo que tenía por delante, mientras dispusiese de él. Debía vivir el ahora, el presente, ya se enfrentaría al futuro en el momento en el que fuese necesario si es que debía hacerlo. Posó de nuevo su mirada sobre su compañero, tratando de averiguar que narices le estaba pasando, como si eso le fuese ayudar a descubrirlo.
Raika, eres imbécil, pensó al instante. Pocos segundos después escuchó la respuesta de Frederick, ante la cual no pudo evitar sonreír. – Seré pequeña, pero tú ya te estás haciendo viejo, Fred, deberías comenzar a averiguar sobre hechizos para las arrugas, si quieres, puedo ayudarte.- respondió riendo para después escuchar su respuesta ante su último comentario. - ¿Me sorprendería? – inquirió pensativa. – No tiene porque dañarla, soñar no es malo. – añadió finalmente, tratando de descubrir que podía ser aquello que, según el Ravenclaw, la sorprendería.

Aún riendo, la rubia escuchó cada palabra que salía de la boca del castaño. –O
h, perdone usted, capitán, me había olvidado de su gran fuerza de voluntad para entrenar fuera de los horarios establecidos. Prometo que no volverá a ocurrir.- le respondió al mismo tiempo que llevaba su mano derecha a la frente, al igual hacían los soldados muggles ante sus superiores. – A pesar de esto, creo que no es un motivo suficiente para que, después de haberlas rechazado, deba darte galletas. –añadió riendo. – El suelo no muerde, tonto, ¿no te cansa estar ahí de pie? –preguntó finalmente.

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