jueves, 27 de enero de 2011

Thread, Another Promise, Another Scene {2}

Sábado por la noche. Que les diesen a todos los alumnos mojigatos. Él no pensaba quedarse a emborracharse de nuevo en la Sala Común. No es que le jodiera, ni tampoco no disfrutara las juergas con sus compañeros y amigos en Slytherin, pero la monotonía no iba con él. Ya habían sido dos fines de semana seguidos en los que había despertado allí mismo al otro día, y simplemente quería cambiar eso. La mierda de Hogwarts lo limitaba, pero al menos podía salir de los límites que sus cuatro paredes formaban. Hogsmeade no era una puta fiesta, pero era otra alternativa. Había bajado a cenar, porque la comida en aquel pueblo no era la mejor, y por más que le pesara admitirlo, el colegio servía manjares. Comió lo suficiente como para no aniquilar su estómago con alcohol a lo largo de la noche, mientras escuchaba en parte estupideces y otras no tanto por los compañeros que lo rodeaban en la mesa. Su mirada pocas veces se deslizaba por las demás mesas, y cuando lo hacía, nunca miraba a nadie en particular. Sin embargo, y aunque dudaba alguien estuviese haciendo su rutina de alimentarse y beber después, Hogwarts estaba en gran parte lleno de santurrones que no le llegaban ni a los pies a una serpiente como él. En ningún sentido. Tras fruncir levemente los labios, saludar con una mirada a Göran, Noah y Dugourt, se levantó de su asiento y salió de aquel apestado lugar. Se dirigió con lentitud y sin apuro a la Sala de Slytherin, vacía por el horario, y tomó una ducha. No encontraría nada bueno esa noche, pero le asqueaban aquellas ropas escolares. Lo único que llevaba con orgullo de la misma era el escudo de su casa, y ni siquiera le importaría demasiado no volver a usarlo cuando llegase el momento.

Tras vestirse con una camisa gris, pantalones negros, y una túnica del mismo color que estos cubriéndolo, tomó su varita y unas monedas de oro, para retirarse del lugar. Salir del castillo era fácil, pero no tenía ni la más mínima intención de hacer el viaje a Hogsmeade. No cuando conocía otra manera más fácil, incómoda, pero rápida. Él no la había encontrado, lo de niño explorador se lo dejaba a otro. Pero le habían dicho hacía tres años ya de un atajo en el Sauce Boxeador que daba a la Casa de los Gritos y desde ese momento había usado aquello para irse de vez en cuando. A él le servía para sus propósitos, y aquel era el punto final del asunto, no le interesaba saber porqué estaba allí. Al llegar a dicho lugar, con su varita encantó aquel estúpido árbol para que no le jodiera la paciencia mientras se acercaba finalmente al acceso de aquel atajo. El trayecto no era un lujo, pero la rapidez lo era. Finalmente, llegó al final del camino, y entró en la casa sigilosamente. Sus ojos azules se acostumbraron rápidamente a la penumbra que lo rodeaba, y por eso mismo, no fue difícil observar una luz más bien rojiza proveniente desde una habitación más allá de donde se encontraba. Probablemente en lo que una vez fue una sala de estar. Con la varita en mano, y descartando la idea de poder caminar en silencio teniendo en cuenta los crujidos que el piso haría por los años que tenía esa casa, caminó dejándose llevar por aquella luz, y no se sorprendió al encontrar una figura frente a la chimenea prendida. Pero sí quien era. Bajó la varita, y alzó sus cejas enigmáticamente. - ¿Bogdánov? ¿Qué hace una Ravenclaw como tú aquí? – Se mofó, aunque curioso por la respuesta. Se tomó unos segundos para desviar su mirada a la leña del fuego, notando que no hacía más de unos diez minutos ella se hallaba allí.
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Apenas llevaba unos minutos en esas malditas ruinas cuando el fuego por fin tomó consistencia y comenzó a desprender calor, aunque este no se extendiese por toda la estancia, al menos alcanzaba el lugar en el que la castaña se había acomodado, si así podía decirse al hecho de estar semirecostada sobre uno de los sillones que allí había. El silencio y la soledad que el lugar proporcionaba eran tan impropios y tan difíciles de encontrar dentro de Hogwarts que volvían más que coherentes, al mismo tiempo que necesarias, las horas perdidas entre esas cuatro paredes. Y ahora, más que nunca. Habían pasado ya varias horas desde que se había visto a si misma reflejada en el cuerpo de una Slytherin. Nunca antes había creído completamente en la palabra semejanza, todos eran diferentes y ella, más que nadie. A pesar de esto, bastaron dos segundos para que cobrase sentido. Quizás no fuesen iguales personalmente hablando, el escudo y los colores de cada una lo dejaba claro, pero dudaba, y mucho, que pudiese encontrar una sola diferencia entre ambas si hablábamos del físico. Era todo tan extraño como imposible. Su madre jamás le había hablado de una hermana, más concretamente de una hermana gemela, y, esta posibilidad, era la única que no carecía de lógica en su mente. Además, a todo ello debía sumársele el simple hecho de odiarla hasta el punto de desear, más que nada, matarla. Una fuerza, imposible de controlar, casi conseguía dominarla y las ganas de lanzarle un simple, pero eficaz, Avada Kedabra eran cada vez más intensas. No entendía nada, mas tampoco sabía si realmente quería llegar a entender algo. La situación y sus instintos no conseguían más que asustarla, no por simple miedo, sino por no por la impotencia de no poder luchar contra ello, pero también por no reconocerse a sí misma. Era todo tan irreal que dudaba que algún libro pudiese aclararle la más mínima de sus dudas.

Estaba tan perdida entre sus pensamientos y absurdas hipótesis que no se dio cuenta de que no estaba sola en la casa hasta que los pasos del nuevo inquilino se hicieron más ruidosos a medida que se acercaba. Estaba perdiendo cualidades, normalmente habría escuchado hasta el más mínimo movimiento, pero su mente no parecía estar dispuesta a pensar en nada más, y no sabía si esto era algo bueno, o, por lo contrario, malo. No le sorprendió al ver quién era, incluso podría decir que le sorprendería que no fuese él el que rompiese con las normas impuestas por Hogwarts. – Esperarte para cumplir mis fantasías entre estas ruinas.- Respondió utilizando el mismo tono burlón que el slytherin había usado. - ¿Qué quieres que haga, Callahan? Estar fuera de ese jodido castillo es motivo más que suficiente. – Y tanto que lo era, no es que lo odiase, pero le limitaba en exceso el encontrarse durante tanto tiempo entre las mismas cuatro paredes. Era una persona demasiado independiente y el sentimiento de dependencia que sentía, durante la etapa escolar, era insoportable. No necesitaba esas clases, no necesitaba demostrar a nadie sus conocimientos acerca de la magia y, mucho menos, necesitaba verse rodeada de imbéciles. –Y… ¿qué haces tú aquí? – preguntó. Esperaba que, al menos, tuviese un buen motivo después de tirar por la borda sus planes de estar acompañada únicamente por la soledad que quería en ese momento.
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Las veces que había terminado en aquel mismo lugar, en su mayoría habían sido para usarlo como simple atajo que era, en donde su destino residía en alguna parte fuera de los límites de la casa. Sin embargo, sí hubo veces en las que acompañado por alguien, alguna alumna del colegio de seguro, se vio en la situación de quedarse allí. El hecho de tener casi asegurado el que nadie pueda joderte o encontrarte allí, era una cualidad que no se encontraba en muchos lados. Al menos no estando en época escolar. La casa de los gritos a su pensar, estaba sobreestimada, comenzando por su patético nombre sin fundamento. Sin embargo, si lo pensaba, mejor para los demás si nadie entraba en aquel lugar. Allí mismo, donde estaba en esos momentos parado, había estado muchas veces, rodeado de mortífagos, incluido su padre y –como él-, muchos otros. Recordaba lo patético le había parecido la fachada de realizar la reunión allí, como si volviese todo dramáticamente oscuro. Mortífagos en la casa de los gritos. Un cliché. Había sentido impotencia, preguntándose seriamente en cómo había sido que años atrás, Tom Riddle, aquel asqueroso impuro que había dado comienzo a todo, junto con los demás le seguían habían fallado a dar el golpe a Hogwarts y al mundo mágico. Él realmente no lo veía tan difícil. Los alumnos en su mayoría eran mediocres, y los que sabían muchos hechizos, los habían aprendido de libros. Muchos aurores estaban en encubierto, y los que no, no tardarían en caer. Callahan no veía justa aquella futura guerra, la veía aburrida. No tenían contrincantes.

La madera casi húmeda, crujió bajo sus zapatos una vez más cuando finalmente terminó de acercarse hacia la castaña, quien se encontraba aparentemente muy tranquila semirecostada en uno de los sillones. No debía ella confirmarlo para saber que había roto su esquema. Mejor, pensó. La escuchó hablar, y ladeó su rostro a un lado mientras permitía que sus labios se curvaran a un lado, ladinos. Al menos con alguien como Katyà tenía algo de diversión asegurada. – En ese caso, espero no haber demorado demasiado y que hayas empezado sin mí. – Contestó no sin cierta altanería, mientras llevaba sus dedos hacia el comienzo de su túnica en su cuello, desprendiéndola de su cuerpo. Se giró y la lanzó sobre una pequeña mesada que aún podía mantenerse ligeramente estable. No le importó la suciedad, con un movimiento de varita más tarde la limpiaría, o podía simplemente dejarla allí. Sin embargo, sí se encargó de quitar el polvo del sillón que se encontraba frente al de la Ravenclaw, para luego desplomarse en él con indiferencia. Alzó una ceja, y relamió su labio inferior desviando su mirada al fuego de la chimenea. – Supongo tienes razón. Olvido no todas las águilas son iguales. –Susurró, mientras sentía los músculos de su cuerpo relajarse. - ¿Además de venir a saciar nuestras necesidades carnales? Lo mismo que tú. Sólo que sin un libro de por medio. – Una de sus cejas se arqueó suspicaz, mientras sus labios se curvaban nuevamente, sólo que con un matiz más enigmático.
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Sinceramente, y para ser francos, le había costado mucho llegar a una decisión con la cual se sintiese mínimamente conforme, pues a todas les acababa por encontrar simples pero inaceptables defectos que no podía permitirse. Ahora lo tenía claro, al menos eso quería creer. A primera hora de la mañana del día siguiente le enviaría una carta a su madre, si alguien podía saber lo que estaba sucediendo en torno a ella, y no exactamente a causa de cada luna llena. Esto iba mucho más allá, y la castaña lo tenía no solo claro, sino también asumido. Claro que esto resultaba obvio, al menos ante sus ojos y su forma de ver las cosas, pues había muchos magos y brujas que, desgraciadamente y al igual que ella, sufrían de licantropía pero nunca antes había oído hablar sobre instintos asesinos hacia personas cuando no se está en fase. También cabía la posibilidad de hubiese sido un sueño, es más, esta había sido la primera opción, pero también la primera en ser descartada. Si hubiese sido así, no dudaba de que lo hubiese recordado como tal y no como la cruda realidad. Se sentía patética por dedicarle tanto esfuerzo a algo de lo que no conocía absolutamente nada y, por ende, por lo que no podía hacer nada. Por ello era que no quería pensar más en este tema, mas tampoco podía evitar estar preocupada. En esta ocasión no había pasado nada, pero ¿Qué sucedería la próxima vez que se la cruzara? Iban al mismo curso, seguramente compartían alguna clase, aunque nunca antes hubiese reparado en ella, ¿Cómo narices iba a reaccionar la próxima vez? Es más, ¿qué le diría a ella? “No te preocupes, tan solo daría mi vida por acabar con la tuya, pero creo que puedo controlarlo” P-a-t-é-t-i-c-o. Debería comenzar buscando una excusa mejor, pero para hacerlo necesitaba saber de que se excusaba exactamente.

-Ni se me habría pasado por la cabeza, ya sabes, sin ti no sería lo mismo.- Respondió en el mismo tono que había usado con anterioridad, pero a diferencia, esta vez había dejado que en su rostro se formase una sonrisa ladina. – Claro que, tampoco tienes porque acelerar los hechos.- Habló de nuevo, con un deje de ironía en sus palabras, al ver como el slytherin se quitaba su túnica y la tiraba sobre una mesa, o lo que quedaba de ella. Nada de esto estaba en los planes de la castaña, no se había esperado que alguien irrumpiese su soledad, pero debía admitir que, al menos, no se aburriría. –De la misma forma que no todas las serpientes lo sois, ¿o me equivoco?- Comentó tras las palabras de Callahan. Aunque la verdad era que ni ella misma encontraba motivos por los cuales ser seleccionada para Ravenclaw. –Un libro que no sirve para nada- susurró para si misma, sin ser, en ese instante, consciente de que no estaba sola. – Vaya, espero que no se acabe convirtiendo en un lugar de reunión.- Respondió arqueando una ceja, sabiendo que si eso llegase a suceder, debería realizar algunos cambios en su rutina.
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“Deberás intentar situar el jodido movimiento oscuro en tus prioridades, Matthew. Debe ser tan importante como tu ego. Pero por sobre todo, debes ser fiel a lo que intenta mantener. Lo que representa” Las palabras de su padre de alguna manera siempre terminaban jodiéndole la paciencia, lo sacaban de sus casillas, y le hacían incrementar el fuego de la asquerosidad y repudio hacia lo que él era. Y sin embargo, recordaba todo lo que le decía. Debajo de su patetismo, hipocresía y falta de coherencia en muchas cosas, él tenía dieciocho años, su padre casi le triplicaba la edad. No podía decir que él tenía más experiencia en nada que su progenitor. Que se considerara superior era distinto. Por eso incluso aunque jamás se lo dijera, en casos excepcionales, podía llegar a coincidir en algún aspecto. El castaño no era una persona de fiar, y claramente, no era una buena persona. Sus prioridades eran superficiales, su orgullo controlaba muchas de sus decisiones, y ni siquiera él sabía cuan insensible podría llegar a ser. Por eso, y por su apellido, había sido elegido sin dudas para ser parte de aquel movimiento oscuro. Su indiferencia e incapacidad de sentir verdadera lástima, arrepentimiento o incluso vacilamiento a la hora de realizar movimientos mortales con su varita, eran solo pequeños trozos del rompecabezas que lo formaban. Era, de algún modo, la perfecta combinación. Sin embargo, su padre tenía razón en pedirle que intentara situar aquello en su lista de prioridades. No era ningún secreto que si debía elegir entre sus objetivos personales y todo aquello, mandaría a los mortífagos a pulir traseros de elfos. Aún así, que su padre se lo haya pedido, y que, de hecho él debería de hacer eso; no significaba que lo haría. Nada ni nadie estaba por encima de él.

Y con eso, me afirmas la inteligencia de los de tu casa. – Las palabras fueron ahogadas por un suspiro cansino, mientras se reacomodaba en el sillón, igualando la posición de la castaña. Volvió a desviar su atención hacia ella, con el brillo arrogante de siempre en sus ojos, y una ceja alzada enfatizando aquella cualidad. – No estaba en mis planes hacerlo, de hecho, la lenta tortura del juego previo era lo que tenía en mente. – Volvió a sonreír altivo y divertido, para luego apoyar su nuca en el respaldo. Ladeó su rostro a un lado, aún observándola, tras haberla escuchado nuevamente. Entrecerró levemente los ojos, como si estuviese pensando la respuesta adecuada. – Algunos somos mejores que otros, pero al final del día, somos de la misma jodida calaña. – Contestó con indiferencia, aunque un matiz de superioridad pudo ser encontrado en su voz. Escuchó su susurro, mas no dijo nada al respecto. Luego, si tenía ganas, vería lo que estaba leyendo. Sin embargo, sí tuvo que sonreír con sarcasmo y vanidad tras su último comentario. – Te sorprenderías. – Relamió su labio inferior, con aquella sonrisa lentamente desvaneciendo, para luego volver a entrecerrar los ojos. – Realmente me da curiosidad entender cómo puedes conformarte con un libro en este lugar un sábado por la noche.
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Debería dejar de pensar en ello, al menos hasta que llegase el momento de enfrentarlo. Esperaba que este llegase pronto, quería saber la maldita verdad, acerca de lo que estaba viviendo, de una jodida vez, no quería que le mintiesen o que se lo contasen a medias tintas, para eso, prefería seguir viviendo en la ignorancia que tanta impotencia le hacía sentir. Pero por otro lado, desconocía si, una vez llegado el momento, sería capaz de enfrentarlo como debería. La única vez que la había visto, y había sido un minuto escaso, había nacido en ella un rencor hacia su persona que nunca antes había experimentado por nadie. Si en ese momento, había deseado matarla más que nada, no sabía que podría llegar a pasar si llegase a mantener una conversación con ella. Tenía claro que, como persona moral, no quería, ni mucho menos, acabar con la vida de ningún ser humano, pero debía admitir que, en muchas ocasiones, por no decir en la inmensa mayoría, sus instintos le llevaban a hacer lo primero que se le pasase por la cabeza, sin importar las consecuencias de sus actos o, simplemente, sin pensar antes si estaba bien o estaba mal. Se odiaba por ello, pero ella no había pedido a nadie nacer bajo la maldición, pues eso era y es lo que para ella significa, de la licantropía. Lo más fácil sería resignarse, dejar que sucediese lo que tenía que suceder y punto. No creía en el destino, mas, dados los hechos, le era preferible pensar que, fuese cual fuese, el fin de todo aquello, llegaría pronto. Por el momento tan solo se dedicaría a interrogar a su propia madre, quien parecía ocultar más de lo que mostraba.

La voz del castaño la hizo regresar, de nuevo, a La Casa de los Gritos, donde su cuerpo era la única muestra de su presencia allí, pues su mente hacía tiempo que se había ido de allí. –Una supuesta inteligencia que, simplemente, vive de las glorias del pasado, no por méritos propios, ni actuales. – Respondió sin mostrar ningún tipo de sentimiento hacia su casa, hacía la que no sentía ningún tipo de aprecio especial. Simplemente había caído en ella, de la misma forma que podría haber pertenecido cualquiera de las otras tres casas. Su forma de ser no seguía los ideales de ninguna de ellas, mas tenía que ser seleccionada para una y la casa de Rowena había sido la elegida. Para bien o para mal, sus actos recaían sobre el reloj de los zafiros. – Una pena que no puedas seguir tus planes entonces.- Respondió con cierta ironía y, arqueando una ceja, tras escuchar sus palabras. No recordaba haber hablado con el slytherin antes, aún así debía reconocer que, al menos, no era ni monótono ni aburrido. – Sin olvidarse de aquellos que traicionan los colores de vuestra casa sin importarles en lo más mínimo. – Añadió sin más, a pesar de que ese tema no le interesase, ni los malos son siempre malos, ni los buenos son siempre buenos y ella lo sabía. No respondió a su siguiente comentario, pero no dudaba de que así fuese. – Quizás sea porque, lo que hay ahí fuera, ya no puede superar mis expectativas respecto a un sábado por la noche. –respondió encogiendo los hombros.
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Callahan no se había sorprendido cuando, en su momento, su padre se había decidido finalmente en hablarle sobre La Cúpula, para incluírlo a él. En un principio se había reído por el nombre, y se había burlado en la cara de Arthur cuando escuchó que él era, después del que encabezaba todo, el segundo cabecilla junto a otros tres. Nunca había dudado del poder que su apellido tenía, ni el de su padre. Este era después de todo, el Ministro de Magia Exterior de Francia. Pero sí le había sorprendido lo envuelto que estaba en el movimiento oscuro. Había aceptado, pero La Cúpula no significó ni significaba nada más para él que un atajo a sus objetivos principales. Mantenía, sí, un cierto lazo de fidelidad para con ella, y hacia los demás que le acompañaban en jerarquía. Deseaba ganar aquella próxima guerra, salir victorioso, y las demás palabrerías. Pero seguía y seguiría siendo siempre Matthew Callahan. Aquel que solo tiene un interés completo en él mismo, y que no daría la vida por un ideal. Admitía sin embargo, y sin problemas, que le excitaba bastante el pensar que para guardar las apariencias, él junto a Zana, Jeanne y Jakelyn tenían el poder de tomar decisiones importantes. Y al menos él por su parte, si algo saliera mal en el futuro, pensaba lavarse las manos y echarle la culpa a su padre. ¿A quién le creerían? ¿A un joven alumno de Slytherin, desorientado por la autoridad de su padre contra él? ¿O al Ministro de Francia, ambicioso de poder? De un modo u otro, aquello era un juego que él no perdería.

El castaño pasó su brazo izquierdo por debajo de su cabeza, para apoyar esta sobre el mismo, mientras acomodaba su cuerpo en el sillón. Relamió su labio inferior, y fijó sus ojos en el techo lleno de telarañas y suciedad antes de contestar. – No me sorprende que tu espíritu Ravenclaw no sea muy jovial. Por lo que tengo entendido, mi casa es la que tiene lo que quieres. – Dijo como si nada, claramente refiriéndose a Bacciarelli. Realmente no le interesaba su relación, pero ya que estaba allí con ella, aprovecharía para joderla en ese sentido. No estaba seguro de si alguna vez había hablado con aquella castaña, pero su personalidad un tanto oscura o misteriosa, le llevaba a sentirse a gusto, sin la necesidad de un trato ácido como usualmente tendría con otros u otras de su casa. Los cerebritos, como muchos, no eran de su agrado. – ¿Quién dijo que no lo haré? – Preguntó lentamente, y con suma tranquilidad, sonriendo al mismo tiempo que emitía aquellas palabras. Sin embargo al continuar escuchándola, sus facciones volvieron a suavizarse, y chasqueó la lengua. – A todos les llega su merecido eventualmente. Por eso no me preocupa nada ni nadie. - Y aquello era más que cierto, era un hecho. Giró finalmente su rostro hacia el lado donde ella se encontraba, y posó su mirada azul en su rostro, para afianzar lo que diría a continuación. – Te aseguro que nada de lo que hay allí afuera, supera lo que hay aquí dentro, ¿Bogdánov, cierto? – Preguntó divertido, desviando con falsa inocencia su mirada hacia la figura de la castaña.

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